sábado, 2 de junio de 2012

Aquella señora.

Un día de primavera, en el jardín, estábamos recogiendo algunas rosas, disfrutábamos de la luz tan cálida y suave que nos bañaba con su caricia, esta era casi la única cosa urgente aquella mañana. Ella con su lento caminar deambulaba escorando aquí o allá, apoyándose en las cosas que encontraba a su paso. Tan familirializada estaba con sus limitaciones y las aceptaba que su carácter no se había endurecido con los años, si no quizá todo lo contrario... Debía tener dificultades para moverse en este espacio con sus estrechos senderos... pero amaba tanto el sol de su patio y mi compañía, que para ella esto era la felicidad... esos momentos de felicidad. Mi tita Antonia, así la llamaba yo, era una gran señora, en el aspecto más humano posible.

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